El comedor abrió sus puertas y el personal se acomodó indistintamente lo que permitió que las mesas estuvieran ocupadas por alumnos de distintos cursos mezclándose aleatoriamente. El homenajeado y su equipo formaron a la cabeza. No hubo lectura antes de la comida, se respiraba un buen ambiente, se oyeron los carros llevando los perolos de una rica berza, seguida de ensalada y un guiso de carne con papas fritas. Vino y agua, refrescos y cervezas sin alcohol, postre variado.

Gente de aquí para allá queriéndose llevar en su cámara cada uno de los recuerdos, de los grupos, de la "nuevas" caras de los amigos, intercambios de palabras y consignas y hasta un espectacular brindis con todo el comedor puesto en pie.

Era un gustazo ver compartir aquellas mesas, ambientazo y murmullo, camaradería. Lo que era la barbería de Cristóbal se convirtió en un peregrinar constante, nadie buscaba un "pelao" de aquellos que ejercía nuestro barbero, ese que te apretaba por la coronilla hasta que te clavaba la barbilla en el esternón con un "hiiiiimmmm" y te decía que te estuvieras quieto para que le saliera bien el cuello, no, la barbería de Cristóbal era ahora los aseos, y tengo que decir que tal vez porque éramos más los hombres y porqué no, por la edad y la próstata, aquello estaba a "reventar".

Impresionante el adios de D. Ignacio que fue despedido con todo el mundo puesto en pie y con palmas por bulerias, al compás, saliendo de los adentros. Momento que no recojo porque me olvidé de la cámara para aplaudir. Impresionante para no olvidar en mucho tiempo, sonaba a sentimientos a agradecimientos.