Uno de los fenómenos precedentes de la liberación, tras el Concilio Vaticano II, fue el movimiento eclesial conocido
como los curas obreros, que se originó en España en 1964.
Estos curas dieron mucho que hablar, porque no solo oraban sino que en contra de la iglesia, porque estaba mal visto,
trabajaban, curraban como un obrero más y encima participaban en revueltas sindicales contra el régimen franquista, les
llamaban los curas comunistas.
Los curas que yo conocí no trabajaban en una fábrica o en el campo, ni eran de esos de misa a las nueve y rosario a
las cinco, sino que trabajaban muy duro durante largos días de los 365 días del año soportando y encauzando a un montón de incansables, y a veces, inaguantables niños, eran obreros de seminario.
Curas jóvenes y entusiastas que con tejanos y camisas de a cuadros, en vez de sotanas, salieron a los pueblos a despertar e inquietar a los jóvenes montando sus singulares cabalgaduras.
Efectivamente sobre Lambrettas. Scooters fabricados en Milán, que pretendían mejorar a la Vespa, y más larga que éstas porque llevaban el motor en medio de las dos ruedas aportándole mayor equilibrio, eso sí, al ser más larga dificultaba la maniobrabilidad, se veían venir a lo lejos delante de gran humareda.
Y encima el cura dándole caña con el puño de la mano derecha, mientras con la izquierda embragaba y metía la primera, la
segunda, la tercera, la cuarta velocidad, y con los pies parapetados detrás de aquella protección para las inclemencias
del tiempo y para las salpicaduras de tantos charcos, ¿y aquella pantalla transparente y visera de color
para cortar el viento?.
Las Lambrettas de los curas de Pilas eran conocida desde lejos, tenían más kilómetros que el mapa de Campsa, recuerdo como los mayores del curso, esos que tuteaban al formador, alardeaban de dominio en el patio, ese Escalante que ya despuntaba y le daba a la Lambretta la matraca, sin casco, sin miedo a los puntos, y lo mejor de todo sin ponerle gasolina ni aceite para ese motor de dos tiempos para lubricar el pistón y el cilindro, pagaba el cura, que decían no ganaban mucho, pero algo atrincaban, eran obreros, y no lo eran de fabrica, ni del campo, ni siquiera de la construcción, eran del seminario.
Curas jóvenes y atrevidos que en moto recorrían carreteras y caminos para llegar en verano a los pueblos, pasaban por la casa de cada uno para ver el habitat, el entorno familiar en donde se continuaba las enseñanzas del seminario, y tú balbuceabas todo cortado cuando lo veías entrar y la gente te preguntaba sorprendida ¿ese es el cura de tu seminario?, casi no lo creían, aquello todavía no se llevaba.
Los curas del seminario de Pilas rompieron moldes y algunos algunas almas que suspiraban cuando los veían, las sotanas no molaban y eran hasta incómodas para llevar en el asiento de atrás a alguien de paquete, y si incordiaba, más atrás en lo alto de la rueda de repuesto, siempre que no llevaran la maletilla con los trastos como los toreros.
Curas y Lambrettas, Lambrettas y curas, esto es solo un efímero recuerdo de una realidad, y lo cuento porque me acuerdo.
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