Ya, entre el primero y este, nos volvió a coger de la mano el Guadalquivir y nos llevó a visitar a su “colega” de doble nacionalidad, el Guadiana, al sitio donde se besa y abraza para siempre en el amor profundo de la muerte y su resurrección en la mar, para desde allí volver por los caminos de las aguas marineras, dunas y pinares piñoneros reservados para sus moradores, hasta llegar, de nuevo, cogidos de la mano por el Río de Andalucía y soltarnos en el lugar donde nos recogió. Despertamos a “Bambino” y nos sonrió. Nos cogió en su seno y nos llevó por los cielos de Trebujena, de Sanlúcar y Chipiona para enseñarnos las esfinges metálicas de viento con aspas gigantescas, que desgarran y descosen las alfombras tupidas de los viñedos de uvas moscatel y manzanilla rubia con denominación de origen de grandes y elegantes señoras. Antes, habíamos quedado con el amigo Miguel para salir juntos y volar por esos lugares donde está la nada, porque la nada existe, y adentrarnos en sus entrañas para hacernos todos en espacios vacíos y llenos y envolvernos y abrazarnos con sus vientos y caricias. Bajamos al camino de asfalto, y salimos, esta vez, acompañados del amigo Miguel, tomando altura para hacer el recorrido del senderismo. Pasamos entre pueblos blancos, calcados unos de otros, nacidos en la época del queso y la leche americana, Marismilla, Trajano, Chapatales y también por pueblos vetustos y llenos de historia donde sus veletas señalaban iglesias y castillos, Lebrija, Las Cabezas, por entre Los Palacios y Utrera, Arahal, Morón y bajamos a la pista de los Alcores y volvimos a subir y continuamos por entre las hendiduras de la tierra para pasar por Montellano y encarar el aeródromo de Villamartín donde bajamos y disfrutamos de las vistas de la antigua estación de tren, sin acabar, convertida en restaurante y en paraje de jardines de plantas autóctonas, para seguir en el camino de vuelta por entre Bornos y Espera para llegar al sitio de partida. El sendero recorrido nos nuestra orugas gigantescas de montones de paja en hileras, una al lado de las otras, serpenteando como si quisieran alcanzar la otra franja de tierra que no le corresponde, y batallones de girasoles en formación con sus uniformes verdes y sus gorras amarillas de gala o fiesta, y tierras ocres, y rastrojos de pastos de trigo, y… allá, cuando encuentras que el espacio vacío no es quietud, sino movimiento, y está lleno, y andas, y corres por esos caminos donde el tiempo se para y hay eternidad, y sale un grito desgarrador de Diooooooooos, ¡qué hermosura!.
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