No debemos vivir de los recuerdo, sin embargo, no debemos olvidar el pasado para que sepamos vivir lo mejor posible el presente y el futuro, cometiendo los menos errores posibles. Viene a cuento esta reflexión al ver de entre fotografías antiguas una en concreto donde se refleja la situación de una época que empezaba a vislumbrarse otros aires después de una posguerra llena de miserias y necesidades trasmitidas a las generaciones posteriores. Y así ocurre la que me tocó vivir como a muchos otros tantos, donde calzones heredados y remendados, era un lujo ponérselos, eso sí, bien lavados con jabón verde lagarto y almidonados, más tiesos que un arenque, y presumías con aquellos pantalones de tirantes y peto con dos remiendos en el culo, o en las rodillas, cuando eran largos, y una camisa limpia blanca de manga larga abrochada a los puños en los domingos y fiestas de guardar. Niños nacidos y criando en plena naturaleza en barracones de adobes con sus ventana tapadas con sacos de yutes, como en más de una ocasión he comentado, y suelos de barros, igual que sus calles, también de barros, donde lo mismo corrían las aguas sucias utilizadas para los aseos personales y fregaderas, como jugábamos todos sin que pasara nada, revolcándonos y cayéndonos unos encima de los otros, mientras que los mayores, para calentar el agua buscaban leña o boñigas secas para atizar el fuego de las hogueras. La foto en cuestión dice mucho de entonces, y es verdad eso que se dice que una imagen vale más que mil palabras.
Ese día tocaba misa de primera comunión. Ese día era un día grande para todos los niños, tanto los que la recibían como los que acompañaban. Era día de fiesta que una vez terminada la celebración de la misa y cumplida la función, había el banquete de rigor: una taza o vaso de chocolate y un bollito de leche que alcanzaba el que había recibido la primera comunión como todo aquel que se “colaba” de entre ellos y en un descuido atrincaba parte del banquete. Y continuando con la misma foto, muchos que la vean, los recordarán, de rodillas y en primer plano, los dos primeros maestros que vinieron a Guadalcacín, mejor dicho a los barracones, donde en uno de ellos, dividido a la mitad impartían clases a los niños y a las niñas por separados, por eso lo del “maestro” y “la maestra”. Entonces no decíamos el profesor y la profesora, sino el maestro y la maestra. Este Maestro y esta Maestra fueron Don Cruz y Doña Engracia, que en pleno invierno iban calzados con botas de agua a dar clases durante todo el día y que a media mañana hacían la leche americana en polvo en barreños de zinc para darle a cada niño y cada niña la ración de la misma y también abrían las latas de queso amarillo, parecido al queso de bola (parece como si todavía no se me hubiera ido el sabor del mismo) para darle una porción a cada uno. Así, como los actores principales en esta función que refleja la foto, fueron los niños y niñas recibiendo su primera comunión, los actores secundarios fueron el maestro y la maestra, o sea, don Cruz y doña Engracia, que al mismo tiempo que maestros, también fueron los preparadores (catequistas) que instruyeron a los primeros para que ese día fuera la fiesta de ellos. Simón Candón 17/06/2011 |