Quizás algunos hayan olvidado aquellos años donde la lluvia parecía más áspera y el viento más violento y que la una y el otro cogidos de la mano, en pareja, se jactaban con los más desfavorecidos para meterlos en temporal y no dejar salir a nadie de sus resguardos. Volveré en el recuerdo a los años cincuenta del siglo pasado donde niño, muy niño, que apenas hablaba en retahíla de palabras y andaba por la calle larga de los “barracones” , de barro, de palmas y de hogueras de chupones con olor de humo de fuego retardado camino de la escuela de banquetas de madera de dos, de pizarra de tablero negra y tiza con cepillo o trapo de borrar para en el recreo beber leche en polvo batida en barreño de zinc con espumadera de acero inoxidable y cazo de aluminio o níquel, qué se yo, en jarro con asa hecho por latero y comer ese queso amarillo en lata redonda americano, que bien me sabe, para luego volver a la escuela y continuar con las tareas del pizarrín hasta las horas de la salida para entre charco salpicar al otro y llenarlo de barro y soltar unas risas de desternillarme para luego jugar a “espadear”, o a los tesoros de papel plata escondido en algún lugar, o a los piratas con el ojo tapado, o a la comba, o a los pecos, o a los platillos, o a los bolindres, o irme con los otros niños al images/descansadero a hacer de las nuestras y mezclarnos con los otros niños que vivían en otro tipo de alojamiento construidos en su estructura, a cuatro aguas, con soportes de palos de chopos, de eucaliptos o de cualquier otra madera que hubiera a mano, alfajías de cañas, para luego revestirla con eneas y juncos arrancados de las entrañas de los arroyuelos o albinas y revestidos sus muros interiormente con adobes pintados con cal blanca de Morón apagada en borbotones y salpicones de agua y suelos de tierra negra en donde con los animales de compañía, gatos, perros, gallinas, se escondían de los rugidos de los grandes señores de la naturaleza y del sol, implacable en las cuatro estaciones, rodeados por arbustos verdes frondosos, a los que llamábamos “trasparentes” . Recuerdo de ese sitio del images/descansadero a las familias asentadas allí, en las “chozas”, que luego pasaron a las nuevas viviendas del pueblo, de Charneca, de Sierra, de Gaspar, de Alejandra, de Eslava, de la Tardía, de…, en fin de otras muchas. Viene a cuento estos recuerdo y a remontarme a esos tiempos porque hoy ha venido a verme un amigo para decirnos nuestras cosas y entre una de ellas, hemos hablado precisamente de lo relatado anteriormente y me ha traído unas fotos de la época, que pongo aquí, donde se ven las chozas en el images/descansadero con el fondo del pueblo y también, la choza de Sierra, ¡¡claro!! Ante la visión de tan espléndidas fotos, quién se resiste a recordar y emular años de inocencia inconsciente donde, con poco o nada, me sentía bien y feliz sin saber y preocuparme de las carencias existentes que teníamos los niños de esos tiempos.
Y Veo a Antonio Sierra y le digo que es el que mejor vive del pueblo y que parece que no se pone viejo y a lo que le digo, él, se ríe, y se lleva la mano en forma de uve a la barbilla acariciándola varias veces para decirme que él es guapo, y ¿esta cara?, y es verdad, es guapo por dentro y por fuera, y entramos en un diálogo que siempre mantenemos cuando nos vemos… y al final él me dice: ¿y…tú, … un qué? Y me retrotraigo en el tiempo y veo su choza, si choza, aquella donde desde siempre lo vi. Y lo conocí como ha sido siempre en la inocencia de la sonrisa permanente cubierta y alojada en aquel habitáculo hecho de eneas, juncos y adobes arrancados de las entrañas de los arroyuelos y albinas para crecer en el images/descansadero.
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