Como cuenta Emilio en su blog, nació en el corral llamado de "Los Sargueros", cuando abundantes eran la hambre y la tristeza. El milagro es que también reinaba la alegría derredor de los anafes comunes, de la miseria conjunta y compartida, de las esperanzas -pocas, pero gratas- y de las desesperanzas: las orfandades, próximas y prójimas, las lágrimas, los lutos... Hoy, fuera de su tiesto, vive con intensidad tras su jubilación aquellos recuerdos de la infancia. Le resuenan en sus oídos el chirrido de aquél portalón de la casa-puerta, portalón que aislaba a aquel patio de vecinos de la calle y que era el corazón de todas aquellas casas cuyas ventanas daban todas a aquella higuera que en su centro era el cobijo de los pequeños, era la sombra, el atrio de todos aquella jarana que se formaba en los bautizos y en las Cruces de Mayo. Esas navidades compartidas con lebrillo de roscos de vino, de pestiños mojados en miel y repletos de bolitas de anís que eran las delicias de todos los niños, lo mío era tuyo, hoy por tí mañana por mí, y así en una corrala llamada de "Los Sargueros" vivía los vecinos en familiaridad. Antes un pan duro era compartido, hoy no se comporte ni un saludo, siquiera una hola o un adiós, hoy que hay casi de todo no hay tiempo para escuchar, y menos para sentarte a la sombra de una higuera a oir los pájaros, las risas de los niños, la "historia contada" por los mayores, tal vez porque no hay silla de enea, ni una anafe a la que dedicarle unos minutos con un "soplaó" mientras que se enciende el picón. Emilio sigue hoy día en Córdoba a la espera de mejores tiempos, y para no perder hilo "se subió a su torre cobalto", aquella que quedaba a pocos metros de su casa, en la cava gitana. Y subió a ella, como también cuenta en su blog, para mirar mejor el horizonte, el río, el caserío, la Ciudad, las serenas lomas del Aljarafe cercano, para seguir teniendo en su mente y en la lejanía su paisaje.
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