Todo estaba preparado, los organizadores estaban como subalternos de lujo al quite de cualquier contratiempo. La capilla mostraba todas sus sillas
perfectamente alineadas, los equipos de megafonía, la pantalla de proyección, todos los detalles para que la Santa Misa y el posterior homenaje
se desarrollara con la máxima precisión.
Poco a poco la gente fue ocupando los asientos. D. José Marín, sin batuta, dió la nota, cantó los estribillo, nos recordó la letra y el tono, y nos puso
en un santiamén mejor que los niños del coro de Viena.
Cuando salió D. Ignacio, antes de la ceremonia y con micrófono en mano, viendo aquella capilla a rebosar, sin huecos libres, su familia en primera fila,
no tuvo más remedio que mostrar su sorpresa, sabía que algo se estaba barruntando pero no acertaba a qué. Concelebraron D. Manuel Lora, D. Antonio Ríos y Pepe Paloma entre otros.
Se terminó la ceremonia con un Salve Regina, pero nadie se movió de su sitio, venía ahora el momento motivo de aquella especial reunión.