Y aquí es en donde aparece Francisco Ruíz Soler. Fue nuestro profesor de atletismo, aquél que nos calzó por primera vez unas zapatillas deportivas de clavos, el que nos metía caña con aquellas carreras de relevo a las que siempre había que recortarle algo de tiempo, y que rara vez no terminaba un testigo sobre la pista de arena que circunbalaba a aquél inmeso campo de fútbol. El que hizo de Ruso un buen lanzador de pesas, el que nos ponia alas en aquellas competiciones internas que bordeamos el huerto y que la cuesta desde la vaquería hasta los pabellones nos "jigaba" a más de uno. El que alargaba nuestros brazos para que las jabalinas volaran un poquito más.