HAGAMOS LOS DEBERES El
papa Pío XII dijo que el gran pecado del siglo XX era olvidar la conciencia del
pecado. Pienso que el del siglo XXI es olvidar la conciencia del deber. No hará
falta aclarar que la del deber propio, porque respecto a los deberes ajenos
tenemos demasiado clara la consciencia. Es
algo semejante a lo de los defectos de los demás: vemos la mota en el ojo
ajeno, pero no la viga en el propio, algo ya denunciado en el Evangelio (Mt., 7,3); y que un fabulista expresó en esta seguidilla: “En
una alforja, al hombro, / llevo los vicios; / los ajenos, delante, / detrás,
los míos”. Podemos
parodiarla con respecto a los deberes: “En
una alforja, al hombre, traigo deberes; Los ajenos, delante, / detrás, los
míos”. Y
así le va a nuestro mundo. Cuando
era niño leí un interesante libro de divulgación cultural, en el que se daba la
imagen de la Roma imperial como “ombligo del mundo”; paralela a la frase “todos
los caminos conducen a Roma”. La tentación de aplicar esta imagen a la Roma
eclesial, en la que ciertas instituciones “se miran al ombligo” considerándose
como “el centro del mundo” me llevaría a mirar en mi
alforja sólo lo de delante. La
verdadera conclusión se deduce, tras mirar hacia la parte posterior de la
alforja propia: es considerar que “yo” no soy tampoco el centro del mundo (y
mucho menos, del universo). Esto,
en buena lógica, lleva a una nueva “inversión copernicana del pensamiento”:
Volver a un sano teocentrismo, y recordar que estamos para servir: Así dijo de
sí el mismo Cristo, (Mt., 20,28), Dios encarnado; en
cuanto que era hombre; y que, en cuanto Dios, nos pidió que le sirviéramos en
los demás (Mt., 25,40). Así
alcanza un sentido general lo que el presidente Kennedy aplicó a sus
conciudadanos: “No pienses en lo que América puede hacer por ti; piensa en lo
que puedes hacer por América”. Si
ahondamos en la problemática social, económica, política, etc. que estamos
viviendo en la actual crisis, podemos considerar que “morimos de éxito”: Todos
los estamentos sociales hemos avanzado demasiado en la conquista de
nuestros derechos, y en acentuar los deberes de los demás. Y, paralelamente,
hemos preferido ignorar unos temas correlativos: deberes propios y derechos
ajenos. Como
lógica consecuencia, estamos todos a punto de perderlo todo: Los políticos,
tanto los nacionales como, sobre todo, los autonómicos, con tanto acentuar sus
atribuciones, van perdiendo la credibilidad de los ciudadanos; y éstos eluden
contribuir con sus impuestos a lo que consideran injustos despilfarros. Los
obreros, con tantas salvaguardias y logros sociales, no encuentran trabajo ante
empresarios temerosos de tantas cargas; y éstos, en su desmesurado afán de
ganancias, no aceptan las justas peticiones de mejoras por parte de quienes aún
tienen empleo; y les amenazan con contratar a otros más conformistas, entre los
millones que hay en el paro. Algo
similar puede decirse en otras dualidades sociales: padres e hijos, profesores
y alumnos, sanitarios y enfermos, etc. Incluso, sálvese quien pueda, se da ese
antagonismo entre obispos y fieles: Todos, salvo los santos, hemos olvidado, al
menos en la práctica, el consejo de Cristo: “Quien quiera ser grande entre
vosotros, sea vuestro servidor” (Mt., 20, 25). Es
pues, urgente que “hagamos los deberes”, como pido en el título de este
artículo. Y no porque los exija ahora la hoy muy
conocida Ángela Merkel (que pocos recordarán cuando
pasen los años), sino porque los manda Dios, en la íntima exigencia de la
Humanidad: Aunque muchos no crean en Él, ni en su juicio final, esos temas son
independientes de cualquier creencia. Además, nos juzgará la Historia; en este
caso, con mucha severidad, porque nuestro comportamiento está destruyendo el
mundo que hemos heredado, basado en el derecho y el deber; al menos en las
teorías jurídicas que hoy se quieren olvidar. Terminaré
con otra experiencia infantil: Me sorprendió saber que en un vegetal como la
palmera se da una diferenciación sexual: La palmera macho fecunda a la hembra
gracias al viento o a insectos, que llevan a las flores de ésta elementos
germinativos. Éstos le darán la adecuada fertilidad para que produzca dátiles.
La condición es la proximidad de la pareja. Esos
detalles explican el sabio proverbio con el que cierro este artículo: “El
derecho y el deber son dos palmeras que no dan fruto si no crecen la una al
lado de la otra”. Antonio
Rafael Ríos Santos; Pbro., Doctor en Filología, Teología e Historia. Académico Correspondiente de las RR. AA. de Doctores y de la
Historia. |