Gabriel Siles no es propenso a los dolores de cabeza, por tanto las migrañas ni por asomo, como consecuencia de los oídos tampoco, oye cuando un billete de 500€ cae al
suelo aunque esté mirando al cielo (¿en dónde hay uno?), de muelas ni una "empastá", la vista está graduada recientemente siendo capaz de ver el aura multicolor
de un tío feliz o la sombra grisácea del que tiene los ánimos por los suelos, es lo que se dice un lince.
Estos días atrás cogió los bártulos y se fue a Roma por una semana. Pero no, no fue a ver al Santo Padre, fue a comerse un bocadillo de boquerones de Málaga en la
Fontana, boquerones que le había frito la noche anterior Carmen, la carmen de su alma, frito con aceite de oliva extra virgen de esas botellitas que nos regaló Alés
de la cooperativa, un bocadillo que tuvo que ponerse en el bolsillo del pantalón para pasar el control del aeropuerto y que le dejó no un lamparón, sino una lámpara de esas
del siglo XV con catorce brazos. El bocadillo no salió de su sito hasta que pisó la plaza, lo deslió flojito, mimándolo para que no se deshiciera el pan que iba "pringáo"
hasta la corteza. El bocadillo miaraba a Siles , Siles miraba al bocadillo hasta que por fin le hincó el diente.
Aquello era gloria, los boquerones de Málaga, de Málaga porque no eran de otro sitio, arrancaron por malagueñas, como no podia ser, la gente de alrededor miraban
porque pensaban que Siles se estaba comiendo un transistor, con la manga de la chaqueta se limpiaba el goterón que le caía por la barbilla mientras se le escapa un erupto que no
pudo contener a pesar de cerrar la boca a cal y canto.
Hizo una pelota con el papel, que era de la fábrica catalana de Torras Papel, y lo tiró a la fuente junto con un deseo, un deseo
tan claro que se leyó en el aire, "que vivan los boquerones fritos y la madre que parió a mi Carmen". De cabeza Siles ni un dolor, pero cuando los boquerones se aposentaron
en el "placton" del estomágo los ardores y los gases hicieron acto de presencia y empezó una flautelencia desmedida, aquello parecía una de aquellas locomotoras de carbón que
echaban humo y gases por todas partes sin tener en consideración el medio ambiente. Siles sintió las presiones de los primeros apretones. Unos transeúntes, que hablaban mal italiano porque eran
del barrio de la esperanza, que por allí pasaban, lo dirigieron a la farmacia más cercana.
Siles cayó en la cuenta que en Roma tenía un amigo al que no veía hacía más de cuarenta años y que le habían comentado "regentaba" la farmacia con más garantías del
mundo. Dando de vez en cuando un saltito enfiló hacia la farmacia vaticana. No pidió bicarbonato ni sales de fruta, serio, firme, sin mostrar el más leve gesto por el dolor de
unos de esos retorcijones, dijo con voz firme Rafael Cenizo, por favor.
Por allí apareció Rafael Cenizo con su bata blanca e impoluta asomando en su bolsillo superior el capuchón de un bolígrafo Bic, uno de esos con los que en clase utilizábamos de cerbatana y le pegábamos al de delante
con un grano de arroz o con papelillos masticados y llenos de saliva. Ambos se miraron, algo se reconocieron, y tras las charlas de rigor ambos se transportaron al
mundo de los recuerdos. Cenizo fue "mano de santo", tanto que Siles olvidó sus retorcijones y gases, por olvidar se olvidó hasta de sus boquerones, no hace falta que
insista que eran de Málaga, y ambos en un acto de hermandad y de generosidad además, por parte de Cenizo, recorrieron rincones y lugares que ni el mejor guía, charlaron animadamente y quedaron
seguro para otra ocasión
Todo lo demás del viaje que lo cuente Siles si quiere, eso sí, si váis alguno de vosotros a Roma, y os acercáis a la farmacia, dejaros de retorcijones y excusas e ir
directamente preguntando por Rafael Cenizo con una pegatilla en el pecho, con el nombre y A o B,..... sin abusar, que le falta tiempo.