Actualidad - José Campanario - "El tren"
Hace unos días, viniendo a mi trabajo en el tren (lo cojo diariamente por tranquilidad, evitar aglomeraciones, problemas de aparcamientos y también, como no, por economía entre otras razones), Se me dió la repetición casi calcada de la misma situación: en este caso era una revisora que le estaba echando un broncazo a un chico extranjero que daba la impresión de no enterarse de la bulla. Se me vino a la memoria hace algún tiempo en que un revisor con una actitud muy maleducada y faltando totalmente el respeto a un chico tenía intención de imponerle una multa de 6 euros. Empezó la bronca del revisor al chaval, que diariamente usaba el tren y siempre con su billete, por decirle que si él hubiera sido el maquinista no le habría abierto la puerta, que lo que tenía que hacer es llegar antes, y que lo iba a multar por no llevar billete que ya estaba harto de tunantes y niñatos. Por mas que el chaval le decía que iba a trabajar y que tenía solo cinco euros para el billete y el bocadillo, el revisor no se bajaba del burro y seguía con sus malas maneras. Ante situación tan injusta y humillante hacia una persona en absoluto malintencionada, apareció el quijote que todos llevamos dentro. El revisor, siguiendo con sus amenazas, le dijo que le diera el DNI que lo iba a denunciar y que la policía lo iba a estar esperando en Santa Justa. No pude contenerme más y le dije al chico que no le diera el DNI, que el revisor no era nadie para pedir que se identificara un ciudadano, es más, le dije, el que tiene que identificarse en todo caso es él. La cara de asombro del revisor era para verla y su reacción fue intentar apabullarme diciéndome que no me metiera donde no me importaba, que si yo tenía muchas leyes. A ello le contesté que tenía algo más de vergüenza y de educación que él y que se aprovechaba de que era joven para acorralarlo, que si podía que lo hiciera con una persona que se supiera defender. Fue tal la parrafada que tuvimos que, el chaval no salía de su asombro. Al final el revisor se dio la vuelta, dejando momentáneamente el tema, para volver al rato para decirle: ¿Me pagas el billete normal?. El chico me miraba como preguntándome qué hacía. Yo le dije que el billete normal sí se lo debía pagar, lo que hizo yéndose el revisor no sin decir: estos enteraos, a lo que respondí que aprendiera a tratar a las personas. De camino al trabajo me reía y pensaba que el primer café hace ver las cosas mucho más claras. Y el otro día se daba una situación similar. Esta vez fui mero espectador. No sólo salió la persona encargada del control del billete con la cabeza gacha y el rabo entre las patas, sino que durante un buen rato no necesitó ponerse colorete en la cara. La revisora se dirigió a un extranjero, que venía de trabajar y que al parecer no sabía que tenía que sacar el billete. En esta ocasión la multadora comenzó por una fenomenal bronca a la que el multado no sabía responder (yo creo que no entendía lo que le decía); una vez cobrada la sanción, tuvo el error del día, el minuto tonto: dijo que si en la estación no había taquilla no tenía obligación de sacar el billete y el revisor se lo debería hacer en el tren a precio normal. Y de forma muy educada y socarrona le preguntó un chico: en Bellavista no hay taquilla ¿no?, a lo que ella respondió que no había taquilla. Y, ¿entonces, preguntó, por qué me sancionó usted la semana pasada por no traer billete?. La carcajada resonó en todo el tren. |