2012 - Encuentro en Estepa (Claustro)



Claustro convento Santa Clara


Nunca estuve bien puesto en esto del arte, solo se lo que me gusta y lo que no, siento el pellizquito las sensaciones la absorción de mi atención. Cuando entré en aquel patio no supe decir si era un claustro, un sencillo claustro que se hallaba en uno de los laterales de la iglesia, como mandan los cánones. Era cuadrangular con su fuente en el centro y la zona ajardinada, pero si aquello era un claustro, era un claustro sencillo que no mostraba sus cuatro lados con galerías porticadas con arquerías descansando en columnas, no tenía pandas que distribuyeran los distintos espacios de la vida monacal.

En uno de los laterales, esos al que llaman arquitectónicamente benedicto, me llamó la atención una pequeña puerta que tras subir un par de altos escalones daba acceso a una gran sala de columnas que solo pisarla me transmitió recogimiento. Tampoco sabía si era una sala capitular porque no veía rica ornamentación arquitectónica, pero si sentía que era de gran importancia, presentí que tenía que ser el lugar de reunión de la comunidad, posiblemente donde se leían los capítulos de la regla de la orden y donde el o la abad organizarían las distintas tareas a seguir por los monjes o monjas y en donde, quien sabe, se le tiraría de la oreja a aquél monje o monja que cometiese una falta.

Tal vez solo fuera un lugar de recogimiento, de lectura, o quien sabe, quizás lo que para nosotros fueron las camarillas. Fuere lo que fuere, de lo que no había dudas es de que allí, aún totalmente vacio y solo con las luces que convenientemente iluminaba cada ángulo, "purulaba" en el ambiente solemnidad y espiritualidad. Allí en silencio, los flashes de las cámaras de fotos de Alfonso y mía buscaron las mejores instantáneas para sus objetivos, y los clicks de las mismas iban en el aire de un sitio para otro como mecedidos por una enorme onda acústica rebotando de una columna a otra suave y agradable.

Sería el subconsciente lo que me traicionase pero se que de mi interior salió un Ave María queriendo emular a aquella voz irrepetible en nuestro curso como era la de Fuentes Reyes en aquél coro que como tiple era capaz de emitir aquella voz tan aguda y armoniosa, que cuando tiraba para arriba elevaba al cura, por no poder subirse a una silla, porque le faltaban brazos para marcarle el tono tan alto y cortarlo con un movimiento ràpido para bajarle el tono y cantara en donde cantan los mortales. Aquella voz de la pubertad de Fuentes, como he dicho era inimitable, y fue mi subsconciente, tal vez porque siempre le tuve "envidia" porque él estaba en la primera fila del coro, por delante del tiple segundo, aunque no chupara cámara.

Sería el subconsciente el que me traicionó para balbucear aquellas notas ante el descojone de Morales, pero sonaron en aquél silencio y sin quererlo llamaron la atención de los que se encontraban por las cercanías de visita. Una niña pequeña levantó su dedo señalando al cielo y exclamando un ¡ oh !, otra persona preguntó a la guía si habían puesto música. Cuando me enteré de todo eso mi ego me quería hacer ver que no lo habría hecho tan mal cuando induje al menos a la duda, aunque Morales y yo sabemos que eso no era verdad porque las notas que salieron de mi garganta ayudada con las mano en forma de altavoz, y a veces arropada con sus sones, no flotaron en aquellas ondas acústicas rebotando de una columna a otra suave y agradable, no, aquellas notas con el eco, la resonancia y las bóvedas se estrellaban unas contra las otras a toda pastilla, que si en alguna ocasión no nos hubiésemos agachados se nos hubiera incrustado en la frente, en la de Morales más.

Por todo esto, es mejor callarse y seguir escuchando este Ave María