A la hora señalada en los carteles dio comienzo el acto de presentación del libro de historia “Guadalcacín y Caulina”, no hizo falta sonidos de clarines ni timbales para el despeje de plaza ya que el numerable público ansioso de tan “especial” acontecimiento ocupó con antelación sus asientos a la espera de un paseíllo figurado en donde la terna,
con un libro debajo del brazo a modo de capotillo de paseo irrumpió en el albero de las presentaciones y de las palabras teniendo como capote de brega un libro y una botella de agua.
Y digo libro de historia porque sin querer serlo, en sus catorce capítulos, da un repaso desde la época de la colonización hasta el éxito de Guadalcacín como pueblo.
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Había expectación en ese mano a mano entre Juan Blanco Rodríguez y Simón Candón, paternero de nacimiento y guadalqueño de adopción
desde los tres años, que debutaba en esa su plaza, con un maestro de lidia, Fernando Domínguez Bellido de la escuela de la Fundación Caballero Bonald de Jerez, que
no estuvo de “figureo” sino que alardeó en los medios rompiendo en los preámbulos y poniendo un listón alto para los otros dos alternantes, jugando con la palabra y
moviendo suave los trastos atrayendo los recuerdos a las memorias de los allí presentes que en un silencio de maestranza absorbió con los oídos y la mirada la faena
completa, que sin orejas y rabo, fue calificada por el respetable como una presentación formidable, perfecta, magnífica, que sirvió para ambientar el “espectáculo” y
hacer que los otros dos figurantes del cartel tuvieran que meter los riñones en sus lidias respectivas para tener una actuación digna que estuviera, al menos, a la
altura.
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Juan Blanco Rodríguez, ingeniero de Iryda (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario), ex director
provincial del IARA, en su mano a mano “con el hijo de colono”, como buen conocedor del proceso de colonización de la zona fue el artífice de la búsqueda documental.
Una recopilación de documentos insertados en el libro de una extrema rigurosidad que muestra desde anuncios de los procesos de selección de colonos hasta planos de
edificación de los nuevos asentamientos.
Ejerció como un alternante más que digno pasando con la elegancia y con la facilidad de la faena
que da las tablas y el bien hacer, con soltura y sin aspavientos, y haciendo fácil lo difícil.
“Guadalcacín y Caulina en relatos” es el título de la obra con la que Simón Candón ha querido
reunir los recuerdos y las historias que tienen que ver con el largo proceso de colonización de la zona rural del municipio, con el ternero de su infancia, Peneque,
como atento receptor de sus recuerdos. Candón desgrana todos los entresijos de un proceso nacional -el de las colonizaciones- que comenzó a principios del pasado
siglo XX y que en nuestra tierra tiene mucho que ver con la tremenda filoxera que acabó con buena parte de la viña de esa época.
A inicios del pasado siglo XX, según narra Candón, y tras la filoxera, surgió la idea de construir un pantano que sirviera para poner en riego 12.000 hectáreas de tierra. Sería el pantano de Guadalcacín, que nacería varias décadas después, junto a los pueblos de colonos, después de muchos problemas y vicisitudes y sólo después de la intervención del Estado, a través del conocido Instituto Nacional de Colonizaciones.
Candón asegura que los requisitos no eran duros, “lo duro era vivir como se vivía”. “La gente que se vino para acá,”, explica” como para otros pueblos, no fue por capricho o a dedo sino después de haber sido seleccionada de una manera muy rigurosa. Se hicieron unos estudios socioeconómicos, de desempleo muy bien hechos. de Alcalá de los Gazules, Paterna de Rivera y Medina. Se ve que hay la necesidad de recolocar, reubicar a doscientas familias, que son las que en principio vinieron aquí, y después de Rota, incluso de Arcos”.
A pesar de que el objetivo final agrícola no se ha cumplido, según el autor, medio siglo después y en parte por la política europea, “el fracaso de las tierras, no significa que haya sido el fracaso de las familias. Guadalcacín ha sido un éxito como pueblo”.
Fue un acto de esos que se hacen corto, en los que en rasgos generales los protagonistas anduvieron en figuras, “sembráos” en quites arrancando aplausos y saliendo por la puerta de los “príncipes” del teatro de Guadalcacín en faenas que formaran parte de su historia.
El publico no se alejó de los aledaños compartiendo escenas de los lances y pidiendo dedicatorias a los responsables de “Guadalcacín y Caulina para el recuerdo.