SOLEDAD
 

Sentada en el escalón de una casapuerta de una calle céntrica mira a la gente que pasa abajo y arriba. Atenta mira como la observan sin mirar, para mirando, ignorar que ella allí sentada, sin pedir, implora ayuda para un poco de pan.  

Vieja, mayor, anciana, es igual, pero lustrosa como los chorros del oro, limpia como una patena se acicaló al amanecer de aquél nuevo día esperando siquiera la sonrisa compasiva de un "pasante". 

Todos ignoran lo que ella fue, quién era, de qué lugar provenía. Por eso cuando ella se sentía sola, estando de gente tan cercana, a su torpe memoria le llegaban los reflejos de una vida esplendorosa pasada. Joven bella de hermosura desparramante, centro de atención de fiestas que por su presencia desafiaban. Jóvenes pudientes por ella suspiraban, y hasta condes y marqueses sus favores imploraban.  

Pero el destino le jugó la pasada de enamorarse de un don nadie, del hombre de su vida, de aquél hombre todo pundonor que a ella le dedicó todos sus desvelos, que la acariciaba con la suavidad del que besa los pétalos de una rosa, que la abrazaba como las olas a la orilla del mar, que como la luna y las estrellas velaban su sueño en la noche. 

Aquél hombre con su muerte, un día la dejó olvidada, la dejó sola y herida en su alma, nunca una fiesta ni una compañía suplió su compañía y triste, errante, sin rumbo, empezó su andadura. 

Ahora triste y sola, sentada en una casapuerta de una calle céntrica mira a la gente que pasa abajo y arriba. Solo tiene por ajuar lo puesto y su bolsa de plástico cogida fuertemente para que no se la vayan a quitar, aquella bolsa que aún tiene en su interior aquella foto dedicada que él le dio, aquella carta en la que él le manifestaba su amor y que por ella su vida daría. 

Errante, la vieja, mayor, anciana, es igual, al lugar donde la vida la vio nacer había llegado, pero tarde, no tenía padres, por dejar ni siquiera un hijo que la cuidase, pero ella era feliz, tenía sus recuerdos y en la tierra que le vio crecer esperaba con ansias la muerte. 

Ahora cuando dormita con una sonrisa inconsciente manifiesta su alegría, no le importa que la chiquillería la molesten, ni que le canten canciones ofensivas, en el fondo le gusta sentirlas y a ella le suenan como el trinar de los pájaros, como el susurro del viento cuando al atardecer mueve suave las flores, en su dormitar aún siente la vida, triste, pero llena de hermosos recuerdos suspira por la paz del cielo, está tremendamente feliz porque arriba se encontrará al fin con el hombre de su vida. 

Ahora aquella casapuerta está vacía, la gente que pasa abajo y arriba no hecha nada a faltar, en el fondo suspiran tranquilos porque ya pueden mirar sin que la soledad les recuerde su inhumanidad. Ahora por la calle los niños ya no tienen a quien cantar, y calle abajo patalean a la bolsa de plástico con cuatro trapos harapientos, su ajuar, la foto y aquella carta en la que él manifestaba su amor y que por ella la vida daría.  

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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"