Ya se acerca la hora de los toros, el revuelo está en las inmediaciones del acceso de los matadores a la plaza. Los seguidores de éste ó de aquél torero están atentos a los primeros indicios de que se acerca el coche de cuadrilla, y cuando éste llega, como una ola acompasada se mueven todos, como imantados, al coche.

Todos quieren desear suerte a su torero, tocarlo, obtener una firma y hasta soñar en conseguir una foto junto a él. Todo se convierte en apretujones, en carreras, en prisas en pasar el umbral que les da a cceso al patio de cuadrilla, para sentirse libres del asedio de los aficionados.

En otro coche, más tranquilo, llega el apoderado, el del 5 ó del 10%. El que camina sin prisas y sonríe a un lado y a otro, el que soporta las palmaditas, el que muerde de forma agoniosa el puro de la opulencia. ¿Le sobra algo?, balbucea bajito como vergonzoso el que llega, nada lo siento, el empresario no ha dado nada, dice el apoderado.

Un apoderado que busca con la mirada a alquien, un apoderado que lleva la mano metida en el bolsillo de la chaqueta, como si ocultara algo, mientras se dirige con paso firme a reunirse con su cuadrilla. Una mano se le apoya en el hombro, y hay saludos de abrazos, sonrisas y palabras de cariño. El que los ve se queda sorprendido y se pregunta ¿pero no era éste al que ponía a parir? ¿Ahora es blanco lo que ayer era negro, negro zaino?. No entiendo nada, no entiendo nada de nada.

Y para que pueda hacer un reportaje fotográfico, como dos "jonquis" en una plazoleta, se "arrejuntan" para pasarse disimulado el pase de color rosa que al apoderado y padre del torero no le van a pedir porque es requetereconocido, y para que el fotógrafo no pague la entrada y le descuente algo en las fotos, si no se las regala. Y ahí está el momento, el momento puntual que recoge el traspaso de poder, el cambio de manos como una vulgar "papelina", disimulada y doblada, pero que es un pase para "alucinar" y entrar a ver los toros desde la barrera de una plaza de toros cualquiera.