Alguien podrá preguntarse a qué viene esto a éstas alturas en la que estamos en la que una cocina más parece un salón lleno de comodidades y con todos los adelantos del mundo. Quién no conoció esas cocinas de antes, mi abuela tenía uno de esos polletes con tres agujeros para poner tres fuegos y otro de uno en otro lado de aquél gran habitáculo que casi se convertía en cocina comunitaria. En un rincón un saco de carbón en el que asomaba una de aquellas palas metálicas pequeñas, manuales, con las que abastecía los fuegos. En la hora de la comida los polletes se poblaban de ollas, cacerolas, y era cuando entraban en acción los sopladores para avivar los fuegos. Fuegos que crecían y parecía envolver cada uno de aquellos perolos de aluminio, hoy rechazados por sanidad, y que parecía ponerlos de luto con aquél negro intenso. El progreso llegaba poco a poco, así llegó el anafe, no era sino un artilugio cilindrico, mitad metálico, mitad de barro, que aunque acompañado igualmente por uno de aquellos sopladores o soplillos de enea o de palmillo tan perfectamente entrelazados, se había convertido en cocinas portátiles de quita y pon. Mi abuela, mamá Mercedes como la llamábamos, con su roete bien sujeto con las horquillas y su delantal negro e impoluto
bien atado a la cintura, seguiría disfrutando de los adelantos de las modernidades de su tiempo, y así llegó el infiernillo de petróleo y su hilillo de humo negro que
llegaba hasta el techo e impregnaba el lugar de ese olor característico. Más tarde llegaron aquellos de resistencia.
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Y llegó la hornilla de gas y esas enormes cocinas blancas de Corberó con cuatro fuegos. Hoy tenemos una de esas encimeras
relucientes, que mi abuela no conoció y que de verlas alucinaría, sin carbón, sin un soplillo para avivar los fuegos, sin el engorro de tener que recoger las cenizas y
poner las cacerolas negras teniéndolas que limpiar con aquellos estropajos de esparto.
Pero lo mejor que mi abuela tenía era su brasero metálico que preparaba en el patinillo para encenderlo con su picón chispeante y crear esas maravillosas brasas que colocaba convenientemente bajo la mesa camera y en la que nos arremolinábamos para calentarnos mientras los nietos merendabamos pan con aceite y azúcar, con las caras colorá por el calor, y las madres cosían o hacían punto charlando animadamente de las cosas del día, "arrascándose" unas antes y otras después las "cabrillas" que se producían en las espinillas por el intenso calor. Regularmente un breve chisporroteo, señal inequivoca de que el carbón y el picón eran bueno, las interrumpía siguiendo de inmediato la acción de alguien que cogía la paleta para remover "la copa" y asegurarse que por abajo todo iba bien y no se prendía el faldón de la mesa con el susto correspondiente, que ya mostraba algunos agujerillos como muestra de algunas chispas anteriores. Hoy me he acordado de mi abuela y de todos aquellos recuerdos y artilugios. La culpa la tiene la foto de abajo.
Sí, la culpa la tienen los del Vaticano, y es que en momentos de austeridad la iglesia también se recorta en concordancia con el resto de los humanos. Las urnas son de plata y bronce dorado y su iconografía está vinculada con los símbolos del pastor y las ovejas, los pájaros, las uvas y el trigo La necesidad de adecuar las urnas a las nuevas reglas surgió en 1996 durante la elección de Juan Pablo II, cuando se decidió añadir al cáliz y al copón una urna para recoger las papeletas de los cardenales con derecho a voto que no pudieran salir de sus habitaciones por motivo de enfermedad, y por tanto no pudieran asistir a los escrutinios en la Capilla Sixtina. En lugar de fabricar la urna faltante, se decidió hacer tres nuevas más funcionales, del mismo estilo y artísticas. La finalidad de las urnas se describe en la Constitución Apostólica, donde se indica que hay que colocar un plato al lado de la primera urna. Cada cardenal “pondrá su papeleta en el plato y la introduce en el recipiente” colocado debajo. La segunda urna se usaría solo en caso de la presencia en el cónclave de los eventuales cardenales que por enfermedad no pudieran salir de su habitación, y la tercera serviría para recoger las papeletas luego de los escrutinios, antes de que se quemen en la “fumata”, con lo que se anuncia la decisión de los cardenales. Tradicionalmente si el humo saliente es negro significa que no llegaron a un acuerdo y si el humo es blanco simboliza que sí se eligió al nuevo sucesor de Pedro. Y me he acordado de mi abuela porque seguro que le habría importado menos todos los adelantos de su época y hubiera deseado disponer de una de estas urnas para, en forma de brasero con su correspondiente tapa encenderlo con todas la garantías del mundo, sin miedo a un chisporroteo del picón y con las posiblidades de poner a tostar rodajas de pan sin que se quemen y poder dar cabezaditas cumpliendo las normas de seguridad. Lo de la plata y el bronce dorado le hubiera importado menos y conformado que fuese de cinc o de hierro galvanizado, porque alguien le diría en algunas de aquellas misas dominicales que: La relación de amor entre Jesús y Pedro, y por tanto entre Pedro y la Iglesia es subrayada y confirmada por los símbolos de las uvas y el trigo. El pan y el vino eucarísticos, que simbolizan a Cristo, acentúan la idea de caridad que viene de compartir el mismo pan y el mismo cáliz.......pero aquí no hablamos de calices sino de braseros, digo de urnas.......creo que por tantas cosas como esta es por lo que hay tanta gente que se ha alejado de la "iglesia oficial", porque no predica la palabra de Jesús y menos predica con el ejemplo como se muestra en uno de los videos anteriores en los que algunos cardenales niegan el saludo a Su Santidad, escondiendo la mano y volviendo la cara, negando al representante de San Pedro, de la Iglesia, negando como negaron a Jesús tres veces. |