En la acera de enfrente 

Desde el balcón de mi casa diviso la avenida. Es una arteria de la vida, una gran calle con trasiego de gente de idas y vueltas, llena de establecimientos y casas con más o menos interés para unos u otros. Coches en las calles en ambos sentidos ocupan el ancho de su calzada a la espera de una luz verde que les permitirá de nuevo por un rato ir como hormigas siguiendo una hipotética vereda.

La gente camina por las aceras en un sentido u otro de la calle con un destino fijado en sus cabezas, unos caminan a paso ligero como si llegaran tarde a algún sitio, otros más tranquilos, pasean mirando todos los escaparates, algunos en las terrazas de los bares desayunan pacientes mientras ojean la prensa del día, y esos otros que simplemente deambulan sin saber a dónde ir ni que hacer durante todo el día.

Desde el balcón de mi casa diviso la avenida. Miro a la plaza de la esquina porque oigo un griterío de niños entusiastas que cogidos de las manos y atados con un cordel por la cintura se dirigen guiados por su profesor y amigo a conocer el mundo urbano. Todos van por la misma acera, en el mismo sentido. El profesor les habla, les cuenta para que sirve un semáforo y un paso de cebra, a todos les dice que han de mirar hacia los dos lados antes de seguir de frente y cruzar a la otra acera de la otra manzana.

El profesor hace un alto en el camino , se orienta en el pequeño mapa breviario de su recorrido, los niños van formando jarana provocando sonrisas de algunos de los transeúntes, otros miran como asustados por tanto entusiasmo. Los más traviesos tiran de la cuerda y del compañero para llegar a ese perro que tranquilamente pasaba, otros, tal vez más serenos, paran por un momento y miran con cierta tristeza a ese hombre descalzo y sucio liado en una vieja manta entre cartones tirado en la casapuerta.

¡Vamos que ya llegamos ¡ se oía al profesor que los enfilaba hacia el zoo mientras todos mostraban su júbilo. Nadie se percató de aquél niño que iba atado el último de la fila como sacó de su mochila el bocadillo de Nocilla y el batido para dejarlo junto a aquél hombre. Nadie le dijo nada, aquello fue iniciativa propia porque algún sentimiento le embargaba.

Desde el balcón de mi casa diviso la avenida. Cierro los ojos y recibo en la cara los primeros rayos de sol del día, pienso en esos niños mañana y ya no irán cogidos de la cuerda, ni siquiera de la mano, todos tendrán la misma escuela y los mismos principios, pero los grupos en las aceras determinan distintos criterios, distintos intereses, y quien sabe, tal vez distintos objetivos a pesar de una misma enseñanza.

Todos irán a un mismo destino con los mismos conocimientos, pero los criterios mandan, los conceptos tienen otros matices, los valores tienen otra tabla de apreciación y se opta por ir a ese destino por camino diferente, distinto. Tal vez sea por eso por el que veo a niños con la misma indumentaria como si fuera su sello personal, ir en el mismo sentido, en grupos de dos y tres, otros solos, como desmarcándose del gran grupo, disintiendo de sus formas en general, simplemente viéndolo de otra manera y con otras apreciaciones.

Aquellos otros niños girarán el día de mañana hacia una u otra bocacalle, posiblemente cambien su rumbo y se embarquen en proyectos importantes, echen una mano a organizaciones humanitarias o luchen contra el hambre, simplemente tengan la libertad a elegir el camino hacia su destino, pero en el fondo hay un algo que los une, y aunque separados, seguirán unidos caminando en la acera de enfrente.

Todos los caminos van a Roma


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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"