MANUEL CRUZ VÉLEZ( 2011 )

NUESTRAS ABUELAS 


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¡ Voy a casa de la abuela !, le decías a tu madre en una de esas tardes tras la salida del colegio. La casa de "máma Mercedes" como le llamabamos todos los nietos era un lugar de peregrinaje en el que cada tarde aparecían varios nietos para formar más tarde, después de la merienda de pan con aceite y azúcar, esas "patuleas" que se hacían los amos de la calle para jugar a "pelota al ruedo", al salto de las "papas cocías", al "cargote", al "salto múa", a "la mosca", al "escondé" y que se remataba con esos partiditos de "fúrbol" con una pelota de goma, a veces "pinchá", en los que teníamos que quitar de vez en cuando los jerseys que hacían de portería cuando venía un coche o hacer una parada obligada que nos dejaba a todos como embalsamáos en donde nos pillaba hasta que pasaba la señora de turno lentamente, muy lentamente a lo largo del campo de futbol y que nada más sacar el pie del campo, sin silbato ni señales se reiniciaba el encuentro.

Mamá Mercedes estaba sentada en su silla de enea en el tranco de la puerta, tomando el fresquito y distrayéndose viendo a la gente pasar. Vestida de negro riguroso, impecable y con ese delantal con dos bolsillos en el que los nietos metíamos la mano zalameramente cuando le dábamos esos abrazitos mientras le decíamos ¡ cuanto te quiero!. Su cara con arrugas se mostraba radiante, y su tez morena resaltaba de aquel pelo blanco bien peinado con su característico roete. Sus manos no estaban quietas, sobre sus piernas esa ropa que necesitaban de un zurcido, de un remiendo, ese dedo corazón protegido con aquel dedal viejo que ya había perdido el plateado y con el que empujaba la aguja en esas prendas más recias. De vez en cuando pedía ayuda para que le enebraramos la aguja porque aquellos ojos ya cansados le traicionaba algunas veces. Pero allí estaba ella a su edad activa, teniendo por fondo el griterio de los niños en los juegos.

Ella era la matriarca, la dueña y señora, la mandamás, la que cortaba el bacalao, la que mediaba en las disputas entre hijas o nietos, era la que decía dulcemente la última palabra, a quien se le idolatraba y respetaba por encima de todo, era como digo la dueña y señora amada. Era la abuela que mejor hacía esos hoyos en las bobas y teleras para poner el aceite con el azúcar y taparlo con el migajón de pan. Era la merienda de las medallas y lamparones, era la huella de que aquella tarde habías merendado.

La "aguelas", nuestras "aguelas" eran lo más grande, y tenían su lugar preferente en la familia, a mí me encantaba ir a por sus "mandáos" a la tienda de la Diana y pedir ese "fugrá" que ella no sabía pronunciar y con el que nos reímos tanto, mover el "soplaó" en aquella anafe de picón para calentar las planchas de hierro maciza que cogía por el mango con un trapo para hacer uno de aquellos plancháos de sábanas almidoná. Mi abuela, la tuya y la del otro eran las mejores abuelas del mundo. La mía murió estando yo en el seminario y no me dejaron ir a su entierro, aún hoy que lo escribo me da sentimiento.

La vida avanza, dicen que evoluciona, hoy no se ven a nuestras abuelas en sillas de enea zurciendo o remendado el culote del pantalón con uno de aquellos parches que te lo había hecho tu abuela y que mostrabas al mundo con orgullo, sin cortes ni complejos porque era lo que se llevaba y porque lo había hecho la mejor abuela con una de las primeras máquinas de coser "Singer" que apenas lo dejaba ver. Las abuelas de hoy no tienen en general el peldaño mas alto del escalafón, son "niñeras" a tiempo parcial y sin sueldos unas y molestas otras. Hoy las apreturas y las carreras por el bienestar quita tiempo para ellas y hacen que se sientan solas y olvidadas. Y los que pueden permitirselo se quitan "la carga" dándoles una mejor vida llena de atenciones en una de esas residencias que cuestan un pico y a la que acuden una vez a la semana para haciendo la visita del médico, justificar el amor a una madre, a una abuela, unos, y otros darles un paseo en domingo y llevarla a comer para que se sienta querida y les tenga en cuenta en el testamento.

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Las abuelas de hoy, las que viven solas en sus casas ya no surcen ni cosen remiendos, los pantalones rotos van a la basura, por unos euros tiene los mejores trapos de los "mercadillos", y poniendo de aquí y quitando de allí tienen en la nevera lo justo para ir tirando, tirando y estirando la paga de viudedad para que quede para uno de esos viajes del inselso y permitirse lo que antes no pudo, relacionarse y disfrutar con ese otro que no es mejor que su hombre, y pegarse uno de esos bailes que la dejará "baldá" un par de días. Relacionarse, sentir la vida al lado de alguien.

Las abuelas, nuestras abuelas, eran las mejores del mundo, para ellas este recuerdo.


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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"