En un mundo de casta y bravura, en dehesas, en donde predomina la ley del más fuerte, deambula distraído y ensimismado con sus pensamientos un toro. Allá a lo lejos, por la vereda va absorto, mira aquí y allá, observa, olisquea una amapola, contempla el aleteo de una mariposa, resopla sobre el suelo para aligerar de broza el paso de esos caracoles que se recogen al amanecer y que aún llevan sobre sus caparazones las gotas del rocío.
El toro, de gran porte y paso ceremonioso, se retira a su rincón preferido en dónde solo se oyen los pájaros y la música que origina el agua al pasar entre esas piedras del pequeño riachuelo, se para cuando oye a lo lejos el jolgorio y las risas de las vacas que corretean en lo alto de la loma con los primeros rayos de sol.
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Desde detrás de la alambrada observa en silencio la silueta de su amada, esa vaca sin embargo, enamorada de aquél semental que llegó glorioso de la Monumental y que hoy padrea a sus anchas, esa vaca a la que escribe poemas de amor que le lee a la luna, su compañera en esas noches frescas y con la que habla de sus sueños.
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El toro es noble, de esos toros que de embestir lo harían con templanza y armonía, por eso se aleja de la manada, no por miedo a la lucha y la supremacía, sino porque su filosofía es vivir la vida antes de morir, y su sueño, su deseo es salir a una placita de tentadero a la luz de la luna, su compañera de tertulias, y teniendo como público las estrellas.
Embestir al capote y a la muleta con soltura, con dulzura, y escribiendo sobre el albero sonetos de amor para su amada, resoplando notas melosas musicales, yendo al capote y a la muleta repitiendo, metiendo una y otra vez la cara, baja, casi rozando con el hocico la arena y los botines de ese niño que quiere ser torero, que entiende al toro y que le maneja los trastos suaves, largos y profundos, como el mejor de los afamados toreros, moviendo su trapo acariciando la arena al compás de un sentido y profundo olé.
La brisa de la noche suena como clarines anunciando el cambio de tercio. El toro se cuadra, espera el momento de la verdad convertido en una palmadita en lo alto del morrillo. Las banderolas de la placita de tientas ondean airosas enseñando ampliamente el hierro, a modo de indulto.
Las estrellas vitorean reluciendo más cuando se abre la puerta para que salga al campo el toro triunfador, la luna muestra su cara más brillante dejando ver una amplia sonrisa y haciéndole llegar un guiño.
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Con su sueño y su deseo cumplido el toro camina por la vereda, adiós maestro le dice el cigarrón, enhorabuena le gritan los gorriones que desde su nido vieron la faena, suerte le deseó el mochuelo que no parpadeó durante la lidia para no perder puntada
.., mientras que los vencejos y las golondrinas revoloteaban alegres en ese amanecer y que canturreaban por encima de la manada la gesta del toro poeta. Quién sabe si a la vaquilla enamorara.
© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"